Después de siete largos años de una de las más profundas
crisis económicas de las que tenemos constancia, Galicia se encuentra hoy en una
situación envidiable para salir de ella fortalecida. El esfuerzo y sacrificio
de las familias y de las pequeñas y medianas empresas han permitido construir
las bases para el inicio de una recuperación económica que, con más lentitud de
la deseada, parece que finalmente podrá llegar a ser una realidad.
Durante este largo periodo hemos sido protagonistas de un
profundo cambio de paradigma que ha afectado a muchas de las estructuras que
conocíamos, situándonos ante un escenario totalmente nuevo que debemos gestionar.
Pero este cambio de modelo ha sido sin duda menos profundo de lo que cabría
esperar y hemos dejado pendientes importantes reformas. La sensación es que
solo el sector privado ha acometido y sufrido modificaciones. A pesar de ello,
Galicia se encuentra ante una oportunidad que no puede desperdiciar.
A este sentir general parece que son ajenas ciertas
instituciones que están llamadas a liderar el objetivo común de que Galicia por
fin ocupe el lugar que le corresponde y que de una vez por todas sea capaz de
influir en las decisiones del Estado y de esa manera en Europa. Con perplejidad
vemos cómo organizaciones que deberían ser ejemplo de cohesión, llamadas a
aunar esfuerzos y a diseñar un nuevo marco de relación que evite situaciones
como las sufridas y que capitalicen el esfuerzo colectivo de los últimos años,
dan un lamentable espectáculo por la defensa de lo que parecen intereses
particulares, alejándose de la vocación de servicio y de la defensa de los
intereses colectivos que les deberían ocupar.

Después de años de renuncia, de concesiones de toda la
población, debemos desterrar de nuestro entorno actuaciones indignas, prácticas
inadecuadas, y exigir a nuestros representantes los más altos valores y
ejemplaridad. La crisis ha realizado una
profunda selección, dejando a los mejores. Nuestro tejido empresarial se ha
revelado como productivo y altamente competitivo, habiendo resistido mejor que
el de otros lugares. Ese buen hacer se debe capitalizar para volver otra vez a
la senda del crecimiento. Los empresarios, sus trabajadores, la sociedad
gallega no puede estar desconcertada y perder su ilusión por ser testigo de
situaciones difícilmente explicables en aquellas instituciones que los
representan. Nuestros representantes tienen la obligación de entenderse y crear
el clima necesario para que nuestra economía vuelva a crecer. Sus esfuerzos no
deben desperdiciarse por intereses particulares. Juntos deben luchar por los
intereses de Galicia, de los gallegos, de nuestras empresas, buscando ubicar a
Galicia en el lugar que le corresponde dentro de los intereses del Estado y con
peso en las decisiones de Europa.
Son muchos los sectores en los que Galicia tiene mucho que
decir, sectores que están en una situación idónea para que sus empresas puedan
liderar el crecimiento no solo en Galicia, sino también en el resto España. Esa
es la mejor manera de mejorar la calidad de vida de todos los que habitan en
esta privilegiada tierra. Nuestros hijos difícilmente nos perdonarán volver a perder
una oportunidad como ésta que tenemos todos los gallegos.
Por todo ello, debemos hacer un llamamiento a la cordura y a
la responsabilidad de aquellos que por su propia decisión lideran nuestras
instituciones.