Sumidos como
estamos en una de las mayores crisis que se ha vivido, cada nuevo
acontecimiento, cada intervención de los actores sociales, políticos y
económicos, evidencian que estamos ante un modelo agotado. Claramente
necesitamos reinventar el sistema buscando la eficacia. Necesitamos una
revolución tranquila que permita que los líderes vuelvan a ser eficaces.
A muchos un
planteamiento como éste les asusta. El cambio no es algo que a todo el mundo le
resulte fácil aceptar, sobre todo a aquellos que se han instalado en el mundo
de prebendas que genera todo sistema. Los clásicos ya enunciaban como mejores
formas de gobierno la constante y pausada transición de unas a otras. En la
actualidad lo que debemos buscar es simplemente una redefinición de los poderes
públicos, la forma de acceso a ellos y su funcionamiento.
Nos encontramos
en un momento crucial en el que necesariamente, y a toda prisa, se han de
implementar medidas y reformas que nos ayuden con inmediatez a ver la salida
del oscuro túnel en el que nos encontramos. Una de éstas es la reforma laboral.
Estamos ante la décimo octava reforma laboral de nuestra democracia y una vez
más los llamados actores sociales no han sido capaces de llegar a un acuerdo.
Fue en los Pactos de la
Moncloa la primera y única vez en donde partidos políticos,
asociaciones de empresarios y sindicatos alcanzaron un acuerdo para realizar
una reforma laboral.
Claramente el
momento actual necesita del concurso y el consenso de todos pero parece que
algunos no se dan por enterados e insisten en la consecución de sus propios
intereses. Cierto es que, probablemente presionados por el gobierno, alcanzan
un acuerdo de mínimos restringido prácticamente a la revisión salarial.
En uno de los peores
momentos, la asociación de empresarios aprovecha una vez más para tratar de
obtener ventaja en una situación difícil para la sociedad, limitando un acuerdo
en aras de conseguir sus viejas reivindicaciones: la reducción de las
indemnizaciones por despido, la reducción de las vacaciones y la de las horas
extras. No parece que ninguna de estas pretensiones puedan ayudarnos a salir de
la situación actual, más bien todo lo contrario. En una situación como la que
vivimos reducir las barreras del despido lo único que generaría es más
desempleo y además es una medida que con la legislación actual no parece
necesaria. Las continuas declaraciones sobre el cierre de empresas obligadas a
atender indemnizaciones de 45 días son falaces ya que las leyes en vigor dejan
abiertas alternativas, eso sí siempre y cuando sean debidamente justificados
los motivos y necesidades de la reducción de empleos. Por otra parte, no parece
que sea de gran ayuda reducir el coste laboral mediante la reducción de
vacaciones o el coste de las extensiones de la jornada, no parece que esto
ayude a la creación de empleo, principal objetivo, ni al incremento de la
productividad.
En la otra parte
de la mesa se sientan unos sindicatos cada vez menos representativos. Unos
sindicatos que su primera prioridad es justificar y perpetuar su existencia.
Por ello no admiten la descentralización de la negociación colectiva ni la simplificación
de la contratación, insistiendo en una intermediación que se ha revelado como
ineficaz en la generación de empleo y en la necesaria flexibilización que asegure
la pervivencia de las empresas.
No obstante lo
preocupante de la situación es el injustificado retraso del gobierno, desde sus
pretensiones iniciales, en la promulgación de la necesaria Ley de reforma.
Cierto es que el consenso de los interlocutores sociales es deseable para el buen
fin de una reforma laboral, pero ante la falta de acuerdo, al menos de un
acuerdo más amplio, se debería llamar, convocar a asociaciones de empresarios y sindicatos y
apelar a su responsabilidad social y sentido de estado para que avalen las
propuestas del gobierno. Propuestas que por otra parte han sido expresadas por
el partido del gobierno en su programa electoral. Propuestas aparentemente
ausentes de egoístas intereses sectarios que parecen claramente adecuadas para
revitalizar el empleo y flexibilizar las relaciones laborales. En ese momento
proponían una reforma laboral basada en la flexibilización de la negociación
colectiva, la simplificación de la contratación, la incentivación de la
generación de nuevo empleo, la adecuación de la cotización, la desaparición del
fraude y de las barreras a la aceptación del empleo, la conciliación de la vida
familiar y laboral. Una reforma basada en estos principios y aderezada con
medidas que faciliten la creación de nuevas empresas y el apoyo a la generación
del autoempleo debería ser una de las llaves que abriesen la puerta de la
esperanza a multitud de familias que viven en una difícil situación.
Tampoco debemos
olvidar que la reforma del mercado de trabajo por si sola no es la solución.
Además de facilitar e incentivar la contratación, se debe dinamizar la economía
y facilitar e incentivar la creación de nuevas empresas, como ya he dicho
antes. Para ello parece que el primer
paso debería ser la reforma del sistema financiero, pero también la contención
y adecuado destino del gasto público lo que permitiría una menor contribución,
y por tanto una liberación de renta que dinamizaría el consumo, incentivado por
un incremento de la confianza, y como no una profunda reforma de la ley de
educación que nos de como resultado una capacitación y competitividad mayor de
nuestros ciudadanos.